XULIO FERREIRO Y EL CASO CASSANDRA


Xulio Ferreiro, prevaliéndose de su condición de autoridad pública, denuncia penalmente a un tuitero, mostrando la inmensa hipocresía de los nuevos políticos, así como su ejemplar furia liberticida para criminalizar la crítica política, aun sea, en este caso, crítica política desaforada.

El tuitero, que, según declaró después, tuvo un mal día, había dicho –como recoge la prensa–, que “quizá” la solución para esta ciudad fuese “un tiro en el occipital” para el alcalde. Y, acto seguido, aludía también a una solución a lo Carrero Blanco al respecto. Unas horas después, borró los tuits y se disculpó, pero la cárcel ya se cernía sobre él cual si hubiese gobernado la Generalitat y hecho volatilizar varios miles de millones de euros. Xulio Ferreiro lo había denunciado por injurias, previa persecución tuitera de alguno de sus concejales, ante los cuales el autor tuvo incluso que disculparse, mostrando sumisión religiosa a la autoridad, pero sin resultados.

La defensa de nuestro entrañable tuitero que durante unas horas se ofuscó, por lo visto, en el ciberespacio, y cuyo acto de contrición no se admitió a pesar de parecer sincero, sostiene que el “quizá” hace que el sentido de la frase no sea literal, al no aludir a algo cierto. Entramos, por tanto, en el libre juego de la suposición. No parece que el alcalde se sintiese amenazado, dado que la demanda interpuesta no fue por amenazas. Pero sí fue por injurias, y ahí está lo más interesante de esta cuestión.

El contenido del segundo tuit recuerda al caso Cassandra, la mártir de la libertad de expresión tan defendida por el grupo político al que el alcalde pertenece. Cassandra, presuntamente, enaltecía el atentado contra Carrero Blanco, mientras que lo que hace nuestro tuitero es en el fondo algo más sutil –pese a la poca sutilidad de aludir a un coche bomba–: utilizar a Carrero Blanco como término de comparación para el ejercicio –fuera de tono, pero al fin y al cabo, ejercicio– de la legítima crítica política.

El fondo del asunto está en preguntarnos en si la crítica política tiene que ser moral para ser aceptada, y en dónde quedan las libertades a lo largo de ese camino, y en cuál debe de ser la relación entre derecho y moralidad en una democracia. Porque el tuit, a juicio de algunos inmoral y a juicio de muchos excesivo, se persigue por suponerse un delito, a pesar de corresponderse con ese ámbito hasta hace no demasiado tiempo jurídicamente protegido llamado crítica política en la que se dictaminaba que las personas públicas debían regirse por parámetros distintos que las personas privadas y tenían una carga que soportar, una carga indisociable de la democracia.

Pero hay otro fondo del asunto. ¿Dónde está la injuria que se quiere perseguir? El tuit lo que hace es comparar a Xulio Ferreiro con Carrero Blanco –y, quizá indirectamente, loar el tiranicidio, aunque eso resultaría interpretable de acuerdo con los usos y costumbres habituales en las redes–. Y ahí está la presunta injuria: identificar al alcalde con el almirante en cuanto a la posición que ambos ocupan, o dicho de otro modo, llamar tirano al alcalde. Un alcalde que, precisamente, muestra su querencia por la tiranía en cada paso que da para proscribir la crítica, en cada muestra cotidiana de prepotencia, en suma, en su destrucción diaria de nuestra ciudad. Pero todo cacique tendrá su San Martín… urnas mediante.

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