UNA INDEPENDENCIA ANTICATALANA


Madrid es Barcelona. Barcelona es Madrid. Intercambio geográfico desgraciadamente más que ficticio: Madrid tiene la legitimidad, la calma, el principio de realidad. Barcelona tiene una caricatura de pseudolegalidad, las alucinaciones petulantes, el ridículo con pompa y circunstancia. Cada vez menos apoyo popular, cada vez más gestos autoritarios en el vacío.

La idea nacional catalana era antisegregadora. El Govern es segregador. La independencia que persigue, es una independencia española. De unos españoles que sólo quieren colocarse en el poder allá donde les dejen. Rufián dice que hará la III República en Barcelona. Rufián es un matón mafioso acomplejado que repite citas de Laclau, un wanna be que se dedicaba a la selección de personal, a la coerción e intimidación profesional de trabajadores, aspirantes a trabajadores y parados. Un político perfecto, salvo que le sobraba la mala educación incluso para eso.

Pero Rufián es irrelevante. Puigdemont es irrelevante. Junqueras es irrelevante. Ambos se inhabilitarán mutuamente para que solo quede la actriz. Y la actriz acabará con todo. Y después conquistarán Madrid. Pero no habrá nadie para verlo. Su saqueo habrá cubierto los cielos y a quien pudiese verlo le habrán arrancado los ojos. Eso reza al menos este evangelio, un evangelio que quería a Cataluña, la autodeterminación, los pueblos, la justicia, la emancipación. Y que a los fariseos les promete el tormento, la condena del fuego, devolverles la angustia infinita en el alma.

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