LOS ORÍGENES


Creo que a veces disfruto más de Uriah Heep que de Deep Purple. Pero Deep Purple no quedarán desbancados. Porque no son cool y nunca lo serán (de nuevo). Un vestigio de los setenta los colocaba en el mismo pódium de Led Zeppelin y Black Sabbath. Aquél subtitulado en grande: los precursores. O los pioneros. En esa histórica gradación, Black Sabbath parecían los oscuros, los respetados próceres del underground. Y finalmente llegaron a la omnipresencia mediática, disparatados realities de Ozzy mediante. Mientras tanto, Deep Purple, otrora equiparados al indiscutible zepelín, desaparecieron.

Quién diría que hacer sonar el “Made in Japan” se transformaría en militancia de culto. Que “Smoke on the water” será reconocida como inmortal como siempre fue, pero como inmortal melodía publicitaria, casi un jingle. Y que la colorista aunque prescindible “Hush”, poco más que un fresco conmemorativo sixties, extraña al Mark II (y el Mark III), se pondría al mismo nivel que la verificable masterpiece nacida en el humo del incendio de Montreaux, con el fuego sobre el Lago Leman, sobre las aguas que un día los dioses del rock caminaron para coronarse.

Ritchie Blackmore es un extraño. Jon Lord está muerto. Ian Gillan pierde la voz. Roger Glover y Ian Paice le mal acompañan. Fueron más superhéroes que Kiss. Y para mí lo son. Para mí lo son. Para mí lo son.

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